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Después de retirarse del atletismo, hizo el servicio militar en Bosnia con los cascos azules. Es el dato que más me sorprende en esta conversación.
Hablamos de un hombre que ya había sido olímpico en los JJOO de Barcelona 92, que ya había sido uno de los grandes del decathlon y que, de alguna manera, representaba el éxito. Pero esto es la vida: la de encontrarte con gente capaz de sorprenderte.
A los 51 años, Álvaro Burrell encarna ese papel. Es diputado de las Cortes en Aragón. Pero antes fue cuatro años alcalde de Monzón (su pueblo) y multitud de cosas más en las que tal vez solo quedó una asignatura pendiente:
"Me hubiese gustado ser profesor de atletismo en alguna Facultad". Porque, al final, uno nunca deja de ser atleta y en esos casi 30 años, desde Barcelona 92, Burrell también tuvo tiempo de "sacar campeones de España en una ciudad de 15.000 habitantes como Monzón".
Y ahora él también ha vuelto a hacer atletismo. Y a recordar al hijo de aquel empleado de banca, que fue su padre y que, después de haber sido futbolista profesional del Numancia, se hizo juez de atletismo. Y le llevaba a él, a su hijo, de la mano a las competiciones. Y, una vez acabado todo, el niño aprovechaba para bajar "al foso a saltar" y a soñar, que es la mejor forma de hacerse mayor.
Y eso hizo huella en él, que luego, al llegar a casa, recuerda abrir con locura las páginas de la revista "Atletismo español" nada más sacarla del buzón. Y de ahí salió un atleta profesional.
- Fue usted un buen atleta
- Al menos, hice lo que me pidieron mis entrenadores. Pero al final es verdad que me faltó paciencia. Podía haber tenido más. Tenía a mi disposición los 8.300 puntos cuando me retiré, pero me pudieron las ganas de pasar página.
- ¿Y eso fue un error?
- No, un error no, porque yo siempre digo que la mejor época de mi vida es la que vivo. He tenido la suerte siempre de implicarme al cien por cien en todo lo que hago. He sido padre, he sido director de deportes, he sido alcalde de mi pueblo, como le decía al principio...
- Usted no se quedó a vivir en los recuerdos
- Amaba el atletismo. Pero tampoco era un patanegra. No era un tipo que estuviese todo el día pensando en esto. Sabía que algún día se acabaría y que la mejor forma de ser feliz era encontrar retos que me gustasen.
- Y los ha encontrado en la política.
- He tenido siempre esa vocación de servicio público. Me ha acompañado a todas partes. Creo que está metido dentro de mi genética. No quiero renunciar a él. Le puedo contar que al segundo año de llegar a la residencia Blume de Madrid ya era el enlace entre el director y los deportistas: ocurría algo y ahí estaba, "oye, mira Álvaro que..."
Hoy, Álvaro Burrell se expresa con una energía extraordinaria: no sé si es el hombre o el político o si es una mezcla de los dos, pero yo sigo empeñado en recordar al atleta que fue. A ese atleta que llegó con 23 años a los JJOO de Barcelona y no sé si fue mejor soñarlo que vivirlo.
- Uff ¡qué pregunta! -contesta ahora-, es que fue todo tan grande desde que logré la mínima en Alhama (Murcia), en el pueblo de Peñalver, y luego la preparación en la que cada día te acostabas diciéndote a ti mismo, "que no pase nada, que no pase, por favor", porque sabías que nunca más volverías a vivir algo así.
Y no volvió, y por eso Álvaro salió de esos Juegos, decimosexto clasificado, diciendo, "estos han sido mis mejores Juegos" y la intuición no se equivocó. Sus ojos, como pasa en la letra de las canciones, dijeron la verdad y este recuerdo le acompaña el resto de su vida y de vez en cuando, cada vez menos, aparece alguien que le dice:
"Tú eres Álvaro Burrell y yo te vi competir en los JJOO de Barcelona". Y entonces él, representado ahora por un hombre de 51 años, sonríe o no sonríe porque tampoco es amigo de teatralizar la vida.
- No nos engañemos. Los verdaderos JJOO son la vida diaria como la de crear una familia y sacarla adelante. En ese sentido el atletismo nos convirtió en unos privilegiados porque nos enseñó a organizarnos, a poner toda la carne en el asador.
- ¿De quién aprendió más?
- De mi padre y de mi entrenador en la Blume José Luis Martínez que fue como mi segundo padre. Pero ya que me ofrece la oportunidad también me gustaría hablar de Jaime Lissavetzky, uno de esos hombres que me dejó marcado por sus valores. Sobre todo por sus valores.
- Al final, la vida es eso: valores.
- Yo voy por todos los sitios recordándolo.
Y alrededor de esa idea podríamos escribir un libro de historia en el que Álvaro Burrell siempre te diría:
- Si das lo que tienes no vas a equivocarte.
Él lo sigue dando, o cree que lo sigue dando, 29 años después de Barcelona 92 sin ningún miedo a la nostalgia y miren que Barcelona 92 pudo ser lo más de lo más: el principio de un nuevo mundo.
- Yo me acuerdo que conocí mi primera red social. En la villa olímpica había unas pantallas con unos teclados en los que metías tu NIF, veías el medallero del día y podías interactuar con cualquier deportista, con cualquiera. Y ya no recuerdo con quien lo hice. Pero con muchos. Seguro que con muchos. Fue algo tan increíble.
Y de ahí Álvaro Burrell Bustos salió con una sonrisa y decidió que iba a acompañarle el resto de su vida.
Y, a los 51 años, en esas estamos.