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El contraste se ha instalado en el modus operandi del golf femenino español en la cita olímpica parisina. Azahara Muñoz y Carlota Ciganda protagonizaron una segunda sesión de claroscuro, la técnica pictórica que mejor representa las luces y las sombras en las que se han echado en brazos las representantes españolas en su experiencia olímpica.

Más acertada la navarra en la jornada inaugural, lastrada por más errores la malagueña en aquellos primeros 18 hoyos, las españolas invirtieron los papeles de manera drástica, una dualidad bueno-malo sancionada con los puestos 29 y 47, a once y quince golpes de la líder provisional, la suiza Morgane Matroux.

Un mundo con dos rondas por delante que no minan el inquebrantable aliento de las españolas. “Vamos a seguir luchando, hasta el final, pase lo que pase”, manifiestan ambas camino del vestuario.

La actuación de las españolas se debatió por segundo día consecutivo entre la satisfacción y la amargura. En esta ocasión fue la malagueña Azahara Muñoz quien fabricó el resultado más esperanzador, 69 golpes producto de la confianza. El mejor síntoma, que el gesto cariacontecido de la primera ronda dio paso a una abierta sonrisa.

Nueve golpes de diferencia entre uno y otro día -6 sobre par por 3 bajo par- constituyeron un salto físico y anímico muy importante para la golfista española. “Me tengo que quedar con lo bueno”, dijo tras la complicada jornada del miércoles, y eso bueno se tradujo en un comienzo demoledor plasmado mediante tres birdies consecutivos.

Azahara Muñoz había vuelto. Allá donde en la jornada anterior había sombras amenazantes, la luz del sol brillaba con fuerza. Otro birdie en el hoyo 5 otorgaba a su convincente comienzo el calificativo de vendaval. Por si fuera poco, la intensidad lumínica apenas se redujo cuando llegaron los problemas, esos puntos del recorrido donde es preciso estar tremendamente fina para pasar si es posible de puntillas.

Ocurrió dos veces seguidas, en el 7 y en el 8, cuando dos bogeys iban camino de encender unas alarmas mitigadas por un buen birdie en el 9. Luego, a partir de ahí, llegó la calma, una calma a todas luces chicha, nueve hoyos finales en los que la monotonía se apropió de la vuelta de la malagueña. Par, par, par, par… y así hasta nueve veces, nueve ocasiones para mantener una buena vuelta con opciones de poder haber sido, exigentes todos, incluso un poco mejor.

Tres horas después, en uno de los últimos partidos de la jornada, Carlota Ciganda entregaba tarjeta. No estaba contenta, un sentimiento incompatible con una vuelta de 76 golpes para quien tiene el instinto ganador recorriendo sus venas.

En la segunda jornada todo salió mal desde el principio, donde cada hoyo constituía un muro de altura inabarcable. Hasta en siete ocasiones rubricó bogey, y un solitario birdie en el 13 apenas restauró una vuelta para el olvido. Incluso pudo ser peor, porque la navarra salvó algunos pares o firmó algunos bogeys realizando auténticas proezas. No fue, se mire por donde se mire, su día.

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